Un combate a ese escepticismo refinado y presumido, a ese ateísmo que nació y vivirá en crisis, a los vaivenes infértiles del seso, a la nada, a la ruleta rusa, al azar, a la generación espontánea o mágica y a la terquedad ciclópea. El no creer en Dios es una creencia fundamentalista y necia.